Verano del 98

Me has pedido que pose desnuda. Yo te he dicho que si, que no tengo ningún problema en contarte mi verano del 98. Sin subtítulos. Hasta los suplementos del domingo convierten la ficción en la más real de todas las bolsas de basura, de cualquiera. Solo me sobra la tristeza de aquel periodo luminoso. Oler a polvos de talco y escoger las sandalias más cómodas. Porque hay desnudos que huelen a piscina. El cloro sobre la piel y el sol resbalando por su espalda. Darnos la mano. Tumbarnos boca arriba. Ver pasar las nubes, los cuentos, las excusas, los besos. Tus dedos tamborileando entre mis dos ejércitos, declarando la guerra al atardecer, mientras nos precipitamos sin fórmula química, sin intenciones, sin dobles soluciones. Nos derramamos. Dormimos sin sábanas, al calor de nuestros sueños. Y me lees un cuento. Una historia diferente, eso es lo que te pido y recuerdo. Me acurruco en tu regazo y te confieso que tengo miedo, mucho miedo. Dices que no tengo por qué. Me recorres con tus pupilas dilatadas y me mientes. Abrazas mis dos piernas mientras pongo en orden mis pesadillas. Esa noche pasa. También agosto. Desde entonces no te he vuelto a ver. He oído que te has convertido en una mariposa, con todos esos colores escandalosos de los que tanto hablabas cosidos a tus enlaces. Una muñeca virtual. Un recuerdo de carne y carne. También hueso. Una imagen espectral tras el espejo hecho pedacitos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

:'(

Comtessa d´Angeville dijo...

prefiero los desnudos que huelen a sal.


sigo sin encontrar mi isla.

|andi.na| dijo...

ouch...