El silencio de los órganos

Dígame, doctor. ¿Qué tengo? Me duele la memoria que abrasa la carne. Los recuerdos caníbales que se ciñen a mi cintura y me doblan hasta besar el suelo. Noto entre los dedos las sonrisas falsas, sonrisas tristes, de todas las niñas. Y me acuerdo, doctor, de las manos de mi abuela, lentas pero precisas a la hora de enhebrar la aguja. ¿Qué tengo, doctor? No es nostalgia, sino vacío lo que me empuja a mirar al cielo y preguntarle si estoy enferma, si querer habitar el margen izquierdo de este espejo hecho pedazos es una patología grave. Mi corazón ladra. Mi vagina grita. Mis mil partes, que no son mías sino del chico de los análisis, se han puesto de acuerdo para reirse de todo. Y yo le pregunto, doctor, qué tengo que no puedo verme de una sola vez en su radiografía. Sepa que esta distancia formal provoca en mi grandes arcadas, que ese usted con el que usted me trata no me inspira ninguna confianza. Que no soy una muñeca hinchable a la que hacerle ojitos. ¿Qué tiene, doctor, entre las piernas para tratarme como si estuviera tarada? No me hable, por favor, como si me hubiera arrancado el alma hace algunos siglos y la hubiera dejado escondida en algún cajón de la memoria. Dime, doctor, dime. Son las ganas y el tiempo que se escurre entre mis pliegues. Son los deseos mal formulados y ese querer ser perra de su amo lo que me resta energía y tiempo. No lo has preguntado, pero esa es la razón -y no otra- de que todos mis órganos hayan decidido despertar de su letargo. Dime, doctor, dime: ¿Tú qué tienes?

Le dio miedo

escribir
como si no hubiera posibilidad de rewind
algo parecido a
huir
tal y como recomiendan
en todos esos anuncios
de viajes
low cost

el precio y el valor
the high cost of living, my dear
el alto coste de existir sin traductor
simultáneo

Espéculo

Si me miro,
y no abandono,
veo a todas aquellas
a las que quise amar
porque se parecían a mí.

Narciso estaría orgulloso.

Tibia

Acercarme con caramelos en los bolsillos
para ti
porque sí

Apoyada junto a la puerta
con tu té
de limón


Triste y en voz baja
me dices que las asimetrías existen,
que sueñas, que esperas,
un milagro

y que esa camiseta roja
te queda mejor a ti
que a mi

Ficción/No ficción

"Dios no me mira, me muerde"
Amanda Durán

Qué me mientes, amor,
si solo soy carne derramada,
excusas baratas, sueños de saldo.

Pura baratija.
Sin tetas no hay recompensa.

Qué superhéroe querría a una asimétrica
amazona, dime. Quién querría muñecas
rotas, hinchadas, huecas.
Para jugar, solo para jugar, Peter Pan con canas.

En tus sueños solubles, con el desayuno en la mesa
y la televisión encendida, me molesto en llenarte los huecos
del crucigrama
con un poco de gracia
y mala hostia.

La perfecta ama de casa existe.
Es la porno chacha que espías desde tu ordenador,
la actriz caderona y quebradiza de ideas
que te recoge los calzoncillos por la mañana,
la adolescente con brakets
que te la chupa con cuidado los viernes
por la noche.

Qué quieres de mí, si no me quieres
contigo.
En la cama, en el rellano, en el coche de tu hermano
mayor.

Desgajada.
Puta lunática.

Te entierras dentro de mi carne virtual.
Duele. Solo tienes que darle al play
y mi pubis adolescente temblará
sobre tus retinas.

Achupé, achupé.
Sentadita estoy.

Sentadita me quedé.

*Podéis encontrar el collage que acompaña a este texto en Rantifuso 8

La paseante

A ella lo que le jode
es no poder quedarse
en ese banco
con su yogurt desnatado
entre las manos,
escuchando la conversación
de una pareja,
escuchando los comentarios
de un grupo de instituto
recomendándole a la única chica
del cuadrilátero
que bese con cariño
y devoción
al supuesto am(ad)o.

La lectora de tarot,
los camellos de la entrada,
los corredores de parque
que todavía no están en forma
-unos sí, este no-
pero que se compran las botas
a juego con la camiseta.

El teatrillo lo recuerda
más grande
más lejos.

Y debe ser porque los árboles están desnudos,
o porque la luz parece de viñeta desgastada,
o porque una chica pasea a su perro salchicha,
que se acuerda de su hermana.

En el lago la gente rema. El perro corre.
Ya no hay barco que entretenga a los niños de tres a doce. En la fuente dos sirenas posan
con turistas de extrarradio.

Ella, sola, en el teatrillo, espera
a que él llegue. Parece su camello,
parece su amante, parecen amigos.

Una triste oficinista que pasea.
Dice: "No soy ella". Y se vuelve a trabajar.