Doppelgänger

Últimamente sueño. Como una vidente, como una loca de atar. Atadita a la cama. Hay palabras que se echan de menos. Y sueños que se disuelven en la vigilia.

La imagen que retengo es la de una fémina pequeña, especular. Ojos de mapache, cabello oscuro, corto y voz de niña mientras la acaricio. Su habitación es la de una infante demente, nínfula urbana, caprichosa, dolida, somnoliente. Atrapada en un cascarón de redondeces, hambrienta de mi, de todos, de otras.

Hacemos los mismos ruidos, una encima de la otra. Encajamos, como piezas de tetris. Jugamos a las muñecas, con la puerta entornada. Me olvido de su primera cicatriz y ella susurra que me vaya. Y me voy. Tengo su recuerdo nebuloso, sus palabras sordas, su gesto triste clavado en la memoria.

Y de la grieta abierta, de dentro a afuera, se van escapando momentos según avanza la mañana.

Random

A veces, el contexto se rebela. A veces...

Verde que te quiero verde

La niña de ojos verdes me tiene preocupada. No come, no duerme. Tararea canciones tristes. Y camina como sonámbula, haciendo fotos de la gran ciudad. Las hormigas recorren tímidas su haz interminable. Ella colorea con cariocas de su no adolescencia su envés. Lame cicatrices, por gusto. Juega con las palabras clave. Se viste de Murakami para que duela menos. Y pregunta por lo que has comido antes de complacerte por placer.

Pelirrojas peligrosas

Tengo una compañera de curro que es como ella. Alta, extraña y pelirroja. Le gustan las películas de terror. Y doblaría porno si la dejaran.

Desobediente

Liddel, Liddell. Elegir apellido. Elegir este apellido como principio de todas las cosas. Construirse una personalidad. Y utilizar el cuerpo, si, esa parte del cuerpo también. Para expresar que nada nuevo saldrá de su primera cicatriz. De allí no saldrá, nada. Desobedece. Renuncia. Yerma por voluntad propia. "Mi cuerpo es mi protesta. Y decido no tener hijos". Decide ser el otro para acabar con la continuidad. A pedradas. Aceptar la adolescencia tardía, la muerte de una adolescente. Y abogar por la eterna juventud, por la inminente espera. Eterna espera. Ser o no ser una creadora. Elegir colocarse en el otro lado de la raya, y esnifarla entera. Liddell, Liddell. No quiere ser bonita. Se resta valor (añadido) y suma traumas. Rabia. Frustración. Dolor. Un poco, solo un poco. Y la leche se corta. Entre sus piernas. En sus rodillas ensagrentadas. Benditas rodillas manchadas de autodeterminación.

La rubia pendular tiene los pies fríos

Y el corazón húmedo, como su lengua.

Las niñas muertas no crecen

Las noches de insomnio son difíciles. Un método vital, riguroso y aburrido, garantiza que recuerdes lo que has soñado mientras dormías, pero no corrige tus ansias de lamerle la entrepierna a tu alumno favorito. Las niñas muertas no crecen. Los vivos se suturan el corazón con la mano zurda; el dedo índice marca el lugar y las uñas de bruja del Este hacen el resto. Las niñas muertas no juegan. Al escondite. Las rubias se congestionan antes. Las pelirrojas, casi transparentes, se deshacen. Las morenas sobreviven. Todas te invitan a té con pastas pasadas las cinco. Cruzan las piernas y sonríen educadamente. Las niñas muertas no dicen que no.

Estúpida espiral de uñas rotas

Fingir orgasmos en acústico. Maquillarme de mujer mayor. Hacerme la manicura comiéndome las uñas. Una pequeña bola en la garganta. Profunda. Y escupir el dolor. Con los padrastros infectados y el cogote colorado. Siguiendo el camino marcado por el agua del wáter. Más allá del espejo.

La chica de Marte

La vi en una portada de novela de ciencia ficción. Era como Barbarella pero en tentacular. Las chicas, definitivamente, vienen de Marte. En Venus solo hay nubes y azufre.

Loop

Nos perdimos en el momento en el que nos olvidamos de la magia. Y todo es ahora parte de un simulacro de relación. Somos mimos. No tenemos voz. Yo me siento afónica. De gritar, supongo. La salud es performativa. Y nuestras escenas están viciadas, supuran. Nos convencemos de todo lo contrario. Cenamos, hacemos que nos amamos. Y recogemos los re(s)tos de la contienda, joder. Nos esforzamos por borrar las manchas. Nos miramos en el espejo como la primera vez. Mentimos. Jugamos. Olvidamos.

Abrirse en canal es extraño (que no exagerado)

Mirar cómo te vistes por las mañanas, a través de tu ventana. Encontrarte atravesando el espejo que es puerta que es asfalto. Ablandarlo a besos. Mirar cómo te bebes una sopa azul. Leerte Cronopios. Me devuelves escaleras. Huecas. Y pienso en una ciudad naranja donde poder venderte a buen precio. Soy esclava de lo que siento. Tú solo me dueles. Ya no recuerdo tu nombre de nube.

Cada uno de sus lunares...

... representaba una estrella.

Turbu-lenta

La chica del flequillo cortado en casa grita desde el espejo. Me confiesa que prefiere a las primeras personas del singular, hembras hechas de puro continente y contenidos selectos. Se sabe jodidamente elitista. Débil ante la belleza turbia, oscura, divergente. La chica del espejo lee viñetas como si se trataran de reflejos perfectos, de mentiras compuestas. Le saca partido a ser una no mujer. Encuentra caminos entre tantos egos a medio edificar. El terreno siempre está comprado. Y lo busca abonar. De conspiraciones, de malos entendidos, de dobles sentidos. La chica de las lentillas convenientes y las gafas de sobremesa se consume, cigarro a cigarro, dejando ceniza donde hubo ambiciones, esnifando del suelo las ganas de comerse el mundo. De los demás.

Point of No Return

La rubia pendular me contó una vez al oído que me quería, que lo haría si pudiera, que me contaría cuentos mientras nuestras piernas se anudaran; que cuando bebo pierdo la gracia, que cuando bebe pierde los estribos. La rubia epistolar me escribió una vez cinco palabras de amor y dos de desconsuelo, me dibujó sin bragas y me preparó una cena de cuento árabe. La rubia que no es vocal se perdió entre mis ganas y el deseo acumulado, no dejó una dirección a la que enviarle postales de no lugares o ciudades imaginarias, se me extravió junto a un llavero con forma de llave. Y todo por no hacer caso a la retaíla de tópicos citados en una ópera rock.

Las Amigas

Ella vestía uñas de mujer fatal. La Otra nunca se había hecho la manicura. Había visto fotos de manos, en blanco y negro. Perfectas y congeladas. En el pasado. También anuncios de labios colagenados y emulsionados. Dedos que marcan el lugar. Uñas como pinceles. Y un spot en particular. Pensando en la idea de una manicura, se preguntó por la perfección de sus latidos. Ronroneas y se rompen, susurraba. Como las uñas. De raíz. Haciendo sangre. Buscando con esmero la nueva forma, la deforme, la triste y rosada, mustia y pálida. La sobada historia de la que compadecerse. Y la mujer fatal mostró garras de vampiresa. Aunque su corazón había sido sometido, sus manos se defendieron del miedo al vacío solas. Abriendo entrañas. Arañando corazones tan pálidos como el suyo, con esmalte de Channel. Treinta euros el bote. Una máquina perfecta de un mundo portátil. El de la Otra. Entre sonrisas de mentira y bolsos de Cartier.

Dos movimientos

Dos movimientos. Uno. Y dos. Dos movimientos. Elegantes y sumisos. Los dos. Pestañeas y besas. Uno. Y dos. Pestañeas. Uno. Te humedeces los labios. Dos. Me miras. Y nada ocurre. En dos movimientos. Nada.