La niña que leía a escondidas

Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta. Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita.

Encontré una edición sucia, vieja, desbaratada detrás de la cama de invitados. Los índices habían manchado los bordes. Huellas de un crimen. Leer a la luz de las velas. O con linterna bajo las sábanas. Rompiendo el lomo y sus esquinas. A mordisquitos. Doblando sus páginas. Subrayando sus letras. Una devoradora, una criminal.

Cebras

Cruzando el paso de peatón
se acuerda de las cosas
que valen la pena,
y el viaje.

Virgo

La chica del horóscopo se peina los días pares. Los impares los deja para pintarse de verde las pestañas. Conduce con cinturón y mira por la ventana solo si lo dice el manual de la guantera. Guarda en una caja un carnet de baile gastado, una tarjeta sin crédito y las llaves de una habitación con vistas que nunca llegó a amueblar. La chica del horóscopo sabe que el becario de turno escribe su futuro. Le gusta el marco que le ha tocado en el reparto; se depila cuando debe. Estudia, trabaja. Llama por teléfono cuando la tarifa es más barata. Respeta las reglas. Con tacones sobrepasa el metro ochenta. La chica del horóscopo se levanta temprano para llegar antes, pero hoy se ha quedado dormida. Le han regalado un libro de princesas desobedientes. Ha decidido no encender la televisión esta mañana. Tampoco ha cogido el paraguas. Y es que, el riesgo controlado también es una aliciente. Buenos días, princesa.

Verano del 98

Me has pedido que pose desnuda. Yo te he dicho que si, que no tengo ningún problema en contarte mi verano del 98. Sin subtítulos. Hasta los suplementos del domingo convierten la ficción en la más real de todas las bolsas de basura, de cualquiera. Solo me sobra la tristeza de aquel periodo luminoso. Oler a polvos de talco y escoger las sandalias más cómodas. Porque hay desnudos que huelen a piscina. El cloro sobre la piel y el sol resbalando por su espalda. Darnos la mano. Tumbarnos boca arriba. Ver pasar las nubes, los cuentos, las excusas, los besos. Tus dedos tamborileando entre mis dos ejércitos, declarando la guerra al atardecer, mientras nos precipitamos sin fórmula química, sin intenciones, sin dobles soluciones. Nos derramamos. Dormimos sin sábanas, al calor de nuestros sueños. Y me lees un cuento. Una historia diferente, eso es lo que te pido y recuerdo. Me acurruco en tu regazo y te confieso que tengo miedo, mucho miedo. Dices que no tengo por qué. Me recorres con tus pupilas dilatadas y me mientes. Abrazas mis dos piernas mientras pongo en orden mis pesadillas. Esa noche pasa. También agosto. Desde entonces no te he vuelto a ver. He oído que te has convertido en una mariposa, con todos esos colores escandalosos de los que tanto hablabas cosidos a tus enlaces. Una muñeca virtual. Un recuerdo de carne y carne. También hueso. Una imagen espectral tras el espejo hecho pedacitos.

La pelirroja sin compasión de una película de Haneke

La pelirroja sin compasión toca el piano antes de irse a la cama. Teje sus sueños entre Nocturnos de Chopin y lágrimas de sangre cayendo por sus piernas. Ha decidido intrigar al chico más bueno de la película. Después de observar a una rubia oxigenada en un escaparate de sex shop le pide a su madre mil permisos para existir, sentir, soñar. Recoge con horquillas incisivas sus frustraciones. No sonríe. Se aprieta fuerte el moño y queda con el chico bueno que ya no lo es tanto. Le hace sentir culpable. Ella le desea. Se arrodilla, le come la polla y vomita. Él la bandona. La pelirroja sin compasión se arma de valor y, quince centímetros de acero inoxidable después, es más suya que nunca.

Accidentes

Cruzo el paso de peatón y ella me sonríe. Me mira, pero no me ve. Alarga la mano y me ofrece un folleto. Lo recibo con un gracias y sigo mi camino. El papel pasa de la mano izquierda a la derecha. De la derecha a la izquierda. Solo pienso en deshacerme de él. Justo ahora. Ya. Pero alguien se me ha adelantado. Todos los que se cruzaron con ella antes que yo. Me planteo arrugarlo y metérmelo en el bolsillo. No lo hago. Tampoco lo voy a leer. O si. Azafatas. Sonrío por primera vez en todo el día. Me siento en el primer banco que encuentro y ... magia!!!

Crepuscular y contradictoria

Me recordabas a un ático sin ascensor al que solía subir descalza. Luminoso, pero incómodo. Costaba hacerse a tus palabras y a tus gestos. Una vez cogías carrerilla no dejabas supervivientes, como si vivir así, a secas, fuera fácil. Convertías bailar en toda una heroicidad. Eras demasiado para unas pupilas sensibles como las mías. Brillabas en la oscuridad. Y todos se daban cuenta de que no tocabas el suelo. Pero leías los poemas equivocados y jugabas a rayuela desde alguna ciudad invisible. Te contradecías en cada uno de tus viajes repletos de cinefagia oriental, pasta de dientes y programas de cocina por satélite. Te consumías. Y nadie parecía darse cuenta. Me he acordado de aquellas ganas de saltar por la ventana mientras tendía la colada de madrugada. Solo una luz en un edificio interminable, una única luz en una habitación de hotel a las tres de la mañana. Podrías ser tú, o eso pienso antes de meterme en la cama

Yo no soy bonita

El barquero le dijo que no pagara. Quería bajarle las bragas, un poco, solo un poco.

Y mellarle el alma.

La bondad no existe

Huma Rojo confiaba en la bondad de los desconocidos. Con su peluca rubia y un principio de Bettie Davis, como si se tratara de una enfermedad. La chica capicúa es como Huma, siente la predisposición. Adicta al cambio. Dice que las casualidades se alinean, como los planetas, cuando no miras. Y el caleidoscopio que te regalé devuelve la imagen de lo que le ocurre a mi estómago: se descompone, pero no sale el arco iris. En su lugar descubro una metáfora tachada con Pilot Negro. Siempre preferiste los bolígrafos BIC. Te colocabas con Edding y me robabas los Stabilo. La chica capicúa no escribe. Viaja en aviones Low Cost y se pierde en sus círculos. Le he regalado un caleidoscopio, para que se mire y recuerde que la bondad no existe, que su felicidad es tan solo una puesta en escena y que "te lo digo por tu bien" es una mala estrategia. No me habla desde hace tres meses. He agotado nuestras casualidades. Tan solo me queda de ella un BIC Cristal achatado por los polos y una carta que no sé si abrir antes de que den las doce. No recuerdo su número de pie. Tenía la voz grave ¿Te acuerdas? Parecía sacada de uno de tus dibujos

Ibuprofeno

No puedo dormir. No puedo. Por eso navego. Me duele, si, me duele. Pero no quiero dormir, no quiero. Me cuesta escribir y el poema se queda en vomitona. Me duele, pero no tengo ibuprofeno. No tengo.

be(sos)

La chica de la camiseta azul y los botones por pendientes se consume. Y la consumen. Busca que se la beban de golpe, pero solo la desangran a sorbitos. Se ha serrado las orejas. Ha cosido su primera cicatriz. Ya no busca. La encuentran.