Antes rubia, ahora pelirroja

No hay nada que más me obsesione que la férrea voluntad para cambiar de color de pelo antes del solsticio. En el Akelarre ella se inclinaba, como las demás. Pronunciaba con esmero las vocales abiertas, aunque se sintiera átona; aunque se deshicera en esdrújulas justo antes de las doce campanadas. Y la luna se partió en dos...

La mujer pendular sostiene la ventana para que no te pilles los dedos

Pero, por su propia naturaleza, la mujer pendular puede decidir, sin aviso ni acuse de recibo, que el color de las uñas debe ser verde y no rojo, razón por la que soltará la ventana y besará tus muñones.

Las otras

Las malditas son también las manidas, las lustrosas ilustradas, las locas enfermizas, las hijas díscolas, las espectrales teorías hechas carne. El verbo en movimiento y el yo disuelto. Permanecen todas ellas como vírgenes macabras. Yacen en sus sepulcros literarios marcando el paso a las siguientes, y a las otras. Amapolas en diciembre, desteñidas.

No me queda más que ser carne hajada, transparente, de latido tímido, de mirada ténue, para que me perdonen los padres de todas ellas. Por escupir sobre muertas, penitentes. Cobardes, suicidas. Insolentes.