Salgo de casa. De casa. Salgo. Porque escribir es como llorar. Muy alto.
Llorar. Muy triste. Sobre el televisor. Sobre una agenda. Sobre toda
esa mierda tan bien estructurada. Huyo. De casa. Después de que me
llames, y me digas. Después de que me escupas. Mentiras. Con la mina
clavada. Bajo la piel. Los dedos sobre las teclas. Estos dedos, estas
teclas. Los tristes dedos que me meto en mi triste hueco, ahora sobre
las teclas. Antes sosteniendo un pincel, y un lápiz. De ojos. De ojeras.
Dibujar el cansancio en este marco, que es espejo, que es dolor de
muelas. Que es entrada y a la vez infierno. Personal. El maldito
reflejo. Estúpido, sumiso y fiel. Ligado a tu abismo. Sujeto a toda esa
tinta derramada, sobre la cama. Sobre este cuaderno. Sobre mi espalda.
Corro. Por la calle. Creo que vuelo, pero solo es el viento, que me
muerde. Solo el recuerdo, que me mata. Un poco, solo un poco. Y entro,
en una papelería. Compro. Dos lápices 2B. Siento. Que resucito. Miento.
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