Enfermedades preciosas


Robar palabras, pensar imágenes (a medio hacer) en este cuerpo en descomposición. Cuerpo que espera noticias de dios, carne que espera noticias de quién, germen que aguanta la presión de no ser. Y en vez de nacer, brota. Como una idea inesperada, brilla. Fuerte, más fuerte. Germina... y estalla. Como una bomba. 

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Robar palabras, negar la imagen en este jardín de pesadilla. Modular terrores de amplio espectro (ideológico), nocturnos, cotidianos. De todo este exceso de sueños mal contados, de este superávit de encuentros más allá del espejo, persisten los reflejos invertidos. Realidades paralelas. Mundos por habitar. 

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Pensar el género. Acariciar el sexo. Saberse henchida de sentido… común. Y recordar que meconio es una palabra prohibida, como lo es ese excedente de sueños acumulados, rebosantes de oxitocina. Señoras, elevemos los índices de fe. En nosotras. En las otras. Una vez pasado el abismo, una vez cruzado el umbral, solo queda dejar de ser. 

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Que(r)er ser. Rara. Extranjera. Extraña. La perfecta imperfecta. La perfecta. La imperfecta. La preciosa enferma. La más pequeña. La que mira al frente. La degenerada.

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Qué poesía, qué hechizo, qué mentira disuelta en el espejo. Solo crudeza. Solo sangre. Tumor y clorofila. Vida y hambre

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