Mirror, mirror...

Qué bonita se ve, con esos cachetes sonrosados y los labios rojos; con toda esa sangre entre sus piernas, sangre que se le escapa de aquella vieja herida, la única, la primera.

Qué ganas de abrirla como un joyero, por la mitad, y robarle las perlas del estómago.

Qué triste tener que pedirte que sonrías, a cámara; qué triste, y qué fácil.

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