La pelirroja sin compasión de una película de Haneke

La pelirroja sin compasión toca el piano antes de irse a la cama. Teje sus sueños entre Nocturnos de Chopin y lágrimas de sangre cayendo por sus piernas. Ha decidido intrigar al chico más bueno de la película. Después de observar a una rubia oxigenada en un escaparate de sex shop le pide a su madre mil permisos para existir, sentir, soñar. Recoge con horquillas incisivas sus frustraciones. No sonríe. Se aprieta fuerte el moño y queda con el chico bueno que ya no lo es tanto. Le hace sentir culpable. Ella le desea. Se arrodilla, le come la polla y vomita. Él la bandona. La pelirroja sin compasión se arma de valor y, quince centímetros de acero inoxidable después, es más suya que nunca.

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