Érase una vez...

Antes de cortar las cuerdas, la pequeña de las Benévolas jugó con sus pulgares, leyó un ballet sin música (sin nadie, sin nada), se arrancó las uñas mientras dormía e insultó a todas aquellas que se le cruzaron en el trayecto, de casa a la parada del autobús. Buscó el zen en sus nudillos. Construyó el mundo desde sus falanges. Le dio a beber a un extraño sus espesos sentimientos. Se diluyó en él, como un principio y sin ningún fin. Alimentó diez pesadillas. Cosió cuerpos a sus sueños. Los cubrió de excusas tiernas. El cariño se hizo rutina. Lo extraño se hizo común. Enterró sus vulgares apetencias. Y se fue a la cama. Con el pasado llamando a la puerta y unos cuantos litros de frustración. En vena.

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