La paseante

A ella lo que le jode
es no poder quedarse
en ese banco
con su yogurt desnatado
entre las manos,
escuchando la conversación
de una pareja,
escuchando los comentarios
de un grupo de instituto
recomendándole a la única chica
del cuadrilátero
que bese con cariño
y devoción
al supuesto am(ad)o.

La lectora de tarot,
los camellos de la entrada,
los corredores de parque
que todavía no están en forma
-unos sí, este no-
pero que se compran las botas
a juego con la camiseta.

El teatrillo lo recuerda
más grande
más lejos.

Y debe ser porque los árboles están desnudos,
o porque la luz parece de viñeta desgastada,
o porque una chica pasea a su perro salchicha,
que se acuerda de su hermana.

En el lago la gente rema. El perro corre.
Ya no hay barco que entretenga a los niños de tres a doce. En la fuente dos sirenas posan
con turistas de extrarradio.

Ella, sola, en el teatrillo, espera
a que él llegue. Parece su camello,
parece su amante, parecen amigos.

Una triste oficinista que pasea.
Dice: "No soy ella". Y se vuelve a trabajar.

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